El 28 de enero de 1986, el transbordador espacial Challenger (OV-099) se desintegraba sobre el cielo de Florida apenas 73 segundos después del lanzamiento. Su tripulación moriría pocos minutos más tarde, cuando los restos de la cabina impactaron contra el océano. La tragedia del Challenger fue una verdadera conmoción dentro y fuera de EEUU, un desastre que puso de manifiesto los riesgos asociados a la exploración espacial justo cuando la NASA había anunciado el inicio de la era de los viajes "rutinarios" al espacio.
Christa McAuliffe, Gregory Jarvis, Judith Resnik, Dick Scobee, Ronald McNair, Michael Smith y Ellison Onizuka (NASA).
El décimo y último lanzamiento del Challenger (NASA).
Pero nunca hubo nada de rutinario en los viajes espaciales. El espacio es el medio más hostil conocido por el hombre y, como desgraciadamente pudieron darse cuenta los siete astronautas del Challenger, viajar hasta él no es una tarea exenta de riesgos. Se ha escrito hasta la saciedad sobre las causas del accidente, pero el verdadero culpable de la tragedia no fueron las bajas temperaturas del invierno de Florida, ni el diseño defectuoso de las juntas de los cohetes de combustible sólido. El verdadero culpable fue una política de la NASA que pretendía convertir el transbordador en un "camión espacial" para hacer rentable el acceso al espacio. Con el fin de poder abaratar las misiones espaciales, la agencia espacial norteamericana decidió a finales de los 70 retirar todos los cohetes no tripulados y lanzar todos los satélites del país mediante el shuttle, un verdadero disparate que tendría unas consecuencias catastróficas para el futuro del programa espacial.
La lanzadera sólo sería rentable con una elevada tasa de vuelos, así que la prioridad de la NASA era lanzar el mayor número de misiones al año a toda costa. Sin embargo, ya desde el primer vuelo del Columbia en 1981 estaba claro que no era posible operar rutinariamente la "máquina más compleja jamás creada". Por si fuera poco, el shuttle carecía de un sistema de escape que permitiese salvar la vida de la tripulación durante una emergencia. Con estas premisas, el programa del transbordador era una bomba de relojería esperando explotar. Sólo era cuestión de tiempo que algo fallase y la lotería del destino quiso que la tragedia se cebase con la misión STS 51-L.
Fue necesario otro accidente más -el del Columbia en 2003- para que el gobierno norteamericano se decidiese a retirar el transbordador, pero en realidad el programa ya llevaba muerto mucho tiempo, desde el momento en que el Challenger se hizo pedazos esa fría mañana del 28 de enero de 1986.
En la actualidad utilizamos la palabra héroe con mucha facilidad, pero si alguien se merece ese calificativo, ésa es la tripulación del Challenger. Junto con los otros once astronautas y cosmonautas que han fallecido desde el comienzo de la era espacial, ellos dieron su vida por ampliar las fronteras de nuestra especie, por demostrar que el cielo no es límite y, en definitiva, por hacer de este mundo un lugar un poco mejor.
Por todo ello, un cuarto de siglo después los seguimos recordando como se merecen: con admiración, cariño, respeto y agradecimiento.
Memoria eterna.
Per aspera ad astra. Semper exploro.
La tripulación del Challenger de la cubierta superior, en el simulador (NASA).
Christa McAuliffe celebra su selección como "Teacher in space" (NASA).
Desesperación en Houston ante la magnitud de la tragedia (NASA).
Los restos del Challenger son rescatados del fondo del océano (NASA).
Los restos del Challenger están guardados en el antiguo silo de misiles 31B de Cabo Cañaveral (NASA).
Christa McAuliffe se entrena en un T-38 (NASA). El cielo no es la última frontera.
Christa McAuliffe, Gregory Jarvis, Judith Resnik, Dick Scobee, Ronald McNair, Michael Smith y Ellison Onizuka (NASA).
El décimo y último lanzamiento del Challenger (NASA).
Pero nunca hubo nada de rutinario en los viajes espaciales. El espacio es el medio más hostil conocido por el hombre y, como desgraciadamente pudieron darse cuenta los siete astronautas del Challenger, viajar hasta él no es una tarea exenta de riesgos. Se ha escrito hasta la saciedad sobre las causas del accidente, pero el verdadero culpable de la tragedia no fueron las bajas temperaturas del invierno de Florida, ni el diseño defectuoso de las juntas de los cohetes de combustible sólido. El verdadero culpable fue una política de la NASA que pretendía convertir el transbordador en un "camión espacial" para hacer rentable el acceso al espacio. Con el fin de poder abaratar las misiones espaciales, la agencia espacial norteamericana decidió a finales de los 70 retirar todos los cohetes no tripulados y lanzar todos los satélites del país mediante el shuttle, un verdadero disparate que tendría unas consecuencias catastróficas para el futuro del programa espacial.
La lanzadera sólo sería rentable con una elevada tasa de vuelos, así que la prioridad de la NASA era lanzar el mayor número de misiones al año a toda costa. Sin embargo, ya desde el primer vuelo del Columbia en 1981 estaba claro que no era posible operar rutinariamente la "máquina más compleja jamás creada". Por si fuera poco, el shuttle carecía de un sistema de escape que permitiese salvar la vida de la tripulación durante una emergencia. Con estas premisas, el programa del transbordador era una bomba de relojería esperando explotar. Sólo era cuestión de tiempo que algo fallase y la lotería del destino quiso que la tragedia se cebase con la misión STS 51-L.
Fue necesario otro accidente más -el del Columbia en 2003- para que el gobierno norteamericano se decidiese a retirar el transbordador, pero en realidad el programa ya llevaba muerto mucho tiempo, desde el momento en que el Challenger se hizo pedazos esa fría mañana del 28 de enero de 1986.
En la actualidad utilizamos la palabra héroe con mucha facilidad, pero si alguien se merece ese calificativo, ésa es la tripulación del Challenger. Junto con los otros once astronautas y cosmonautas que han fallecido desde el comienzo de la era espacial, ellos dieron su vida por ampliar las fronteras de nuestra especie, por demostrar que el cielo no es límite y, en definitiva, por hacer de este mundo un lugar un poco mejor.
Por todo ello, un cuarto de siglo después los seguimos recordando como se merecen: con admiración, cariño, respeto y agradecimiento.
Memoria eterna.
Per aspera ad astra. Semper exploro.
La tripulación del Challenger de la cubierta superior, en el simulador (NASA).
Christa McAuliffe celebra su selección como "Teacher in space" (NASA).
Desesperación en Houston ante la magnitud de la tragedia (NASA).
Los restos del Challenger son rescatados del fondo del océano (NASA).
Los restos del Challenger están guardados en el antiguo silo de misiles 31B de Cabo Cañaveral (NASA).
Christa McAuliffe se entrena en un T-38 (NASA). El cielo no es la última frontera.
Reportaje sobre la tragedia del Challenger donde podemos ver el ingreso de la tripulación en la nave y las causas del accidente:
Sirva este vídeo como homenaje a la tripulación del Challenger:
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