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Monday, February 22, 2010

La velocidad mata

La radiación formada por el viento solar y los rayos cósmicos son una de las principales preocupaciones de cara a los futuros vuelos tripulados por el Sistema Solar. Pero nadie duda de que, con el tiempo, seremos capaces de desarrollar las tecnologías necesarias para movernos por el espacio cercano a la Tierra usando apantallamientos pasivos o activos (campos electromagnéticos). Lo cual no quiere decir que ciertas zonas queden para siempre fuera de nuestro alcance, como por ejemplo, los cinturones de radiación alrededor de Júpiter.

Sin embargo, estas dosis no son nada comparadas con las que sufrirían los primeros seres humanos que se embarquen en un viaje interestelar a gran velocidad. El espacio interestelar es un vacío casi perfecto -de media, con sólo uno o dos átomos de hidrógeno por cada centímetro cúbico- pero William y Arthur Edelstein han calculado que esta escasa densidad sería mortal para un viajero galáctico. Por ejemplo, si quisiéramos recorrer en diez años -teniendo en cuenta la dilatación temporal relativista, se entiende- una distancia similar al radio de la Vía Láctea -unos 50 000 años luz-, deberíamos viajar al 99.999998% de la velocidad de la luz. A esas velocidades, cada átomo de hidrógeno interestelar tendría una energía de 7 TeV (teraelectronvoltios), comparable a la energía que alcanzan los protones en el LHC. Los Edelstein estiman que la tripulación recibiría una dosis de unos diez mil sieverts por segundo, algo impresionante si tenemos en cuenta que la dosis mortal para un ser humano es de unos 6 Sv.

El blindaje poco serviría: una capa de aluminio de 10 cm de espesor sólo bloquearía un 1% de la energía incidente. Y, por supuesto, no podemos aumentar la masa del escudo de forma ilimitada sin incrementar las necesidades energéticas del sistema de propulsión. Además, hay que tener en cuenta la erosión debida al polvo interestelar, que afectaría gravemente a cualquier escudo, un tema recurrente en los estudios dedicados a estudiar la viabilidad de los viajes a otras estrellas. Es por esto que todos los diseños de naves interestelares incluyen un escudo frontal para hacer frente a esta amenaza. De hecho, los aficionados a la ciencia ficción recordarán que la nave Magallanes de la novela Cánticos de la Lejana Tierra de Arthur C. Clarke incluía un escudo de ablación formado por bloques de hielo. Por si fuera poco, además del polvo, los Edelstein han llegado a la conclusión de que el hidrógeno atómico sería capaz de pulverizar la estructura de una nave si viajamos a las velocidades antes mencionadas.

¿Existe alguna solución a este problema? La más obvia consistiría en viajar a velocidades de sólo el 0,1 c (10% de la velocidad de la luz), lo que nos permitiría con suerte viajar a las estrellas más cercanas en el plazo de una vida humana. No obstante, a no ser que la ingeniería genética permita en el futuro que los seres humanos vivan milenios, estas velocidades nos negarían el resto de la Galaxia, aunque siempre podemos usar naves-arca generacionales como alternativa de consolación. Otro sistema podría ser usar láseres para ionizar el hidrógeno interestelar y dirigirlo con la ayuda de campos magnéticos, método propuesto para los estatocolectores Bussard y que está más cerca de la magia ficción que de la ciencia ficción.

De todas formas, teniendo en cuenta lo difícil que está resultando que el ser humano abandone la órbita baja terrestre, es posible que el viaje interestelar sea la menor de nuestras preocupaciones en estos momentos, aunque, ¿podría ser ésta la explicación a la inquietante Paradoja de Fermi?

Al fin y al cabo, no deja de ser una cuestión de escala: el Universo es demasiado grande y nosotros demasiado frágiles y efímeros.


Imagen artística de un estatocolector Bussard (Adrian Mann: This is Rocket Science)


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