En la revista Investigación y Ciencia de febrero aparece un artículo sobre el descubrimiento del planeta Neptuno que aclara lo que hasta ahora había sido un culebrón de la historia de la ciencia. Efectivamente, en cualquier libro de astronomía podemos encontrar al francés Urban Le Verrier y el inglés John Adams como los codescubridores de este planeta, hecho que tuvo lugar en 1846. La historia "oficial" era bastante rocambolesca: intrigado por la extraña órbita de Urano, Le Verrier supuso que debía haber otro planeta exterior que afectase su trayectoria, para lo cual calculó su posición aproximada en el cielo y transmitió estos datos a los astrónomos Galle y d'Arrest que, tras una ardua búsqueda, lograron descubrir el planeta el 23 de septiembre de 1846.
Sin embargo, al poco de conocerse este descubrimiento, los ingleses alegaron que un súbdito suyo, el joven matemático John Adams, ya había predicho la posición de Neptuno con anterioridad a Le Verrier inspirado por las mismas anomalías del movimiento de Urano. Añadieron además que Adams había indicado sus sospechas a George Airy, el Astrónomo Real Británico, el cual, había accedido sin mucho entusiasmo a estudiarlo, para lo cual dio ordenes al astrónomo James Challis que observase la zona. Challis cumplió con su deber sin mucha devoción y diligencia, razón por la cual el descubrimiento les fue arrebatado por los franceses. Tras la reclamación de los británicos, hubo un periodo de varios años en los que franceses e ingleses se tiraron los trastos a la cabeza, aunque al final se llegó a un consenso y los gabachos reconocieron a regañadientes la coautoría del descubrimiento por parte de Adams.
Esta era la historia oficial que podíamos leer en cualquier libro y que contaba con grandes personajes:
Adams, el tímido y desconocido matemático cuya labor científica es ignorada por sus "jefes". Airy, el prepotente y burócrata Astrónomo Real que no hace caso a la joven promesa. Challis, el astrónomo inepto y holgazán que no realiza bien su trabajo. Le Verrier: el descubridor agraviado cuyo carácter arrogante hacía que muchos pensasen que no se merecía tal merito. Etc., etc. Para hacer un telefilm, vamos.
Sin embargo en 1998 ocurrió un curioso incidente que cambiaría este guión. Hablo de la muerte del astrónomo Olin Eggen, el cual se descubrió entonces que estaba en posesión de una gran cantidad de documentación del Royal Observatory británico, incluyendo la correspondencia personal de Airy. A la luz de estas evidencias, W. Sheehan, N. Kollerstrom y C. Waff nos ofrecen una imagen bien diferente: Adams realizó los cálculos, efectivamente, pero en su correspondencia y encuentros con Airy nunca detalló el novedoso método en el que se basaba (teoría de perturbaciones) y de hecho no llegó a contestar una carta de Airy pidiéndole más información, con lo cual desaparece el mito de un Adams obsesionado con Neptuno y frustrado porque no le hacían caso. Airy, por otro lado, cumplió con su deber interesándose por el trabajo del joven y pidiéndole más información. Igualmente se restaura la maltratada figura de Challis, quien se puso a observar la zona predicha por Adams tan pronto como Airy se lo pidió en julio de 1846. Sin embargo, Challis no contaba con buenos mapas de la zona, a diferencia de d'Arrest y Galle, por lo cual tuvo que hacerlos el mismo. El pobre hombre catalogó hasta 3000 estrellas en esta tarea. Ironías del destino, entre esas observaciones figuran dos que corresponden a Neptuno. Con buenos mapas los ingleses se podían haber adelantado.
Sin despreciar el trabajo de Adams y sin olvidarse del factor suerte, los investigadores concluyen tajantemente que el mérito del descubrimiento debería recaer en exclusiva en Le Verrier, pues fue el primero en predecir la posición del planeta y convencer a los astrónomos que observasen esa zona.
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