Ha muerto Arthur C. Clarke. Toda la red bulle con la noticia y en los próximos días veremos sin duda multitud de homenajes y biografías de este gran visionario. Aunque seguramente la mayoría de la gente lo recordará como el autor del relato en el que se basó 2001 o como el joven ingeniero que popularizó el concepto de órbita geoestacionaria, para mí siempre será el creador de Cita con Rama. Fue la primera novela de él que leí, creo que con 13 ó 14 años. Me causó tal impresión que pronto me aficioné a la ciencia-ficción de forma compulsiva.
Hace no muchos años decidí releerla, contraviniendo esa regla no escrita que dice que nunca se ha de volver a leer una obra que te gustó en la niñez. Aunque me entretuvo una vez más, es cierto que no estaba a la altura del recuerdo que tenía de ella.
Así era Clarke: ciencia ficción en estado puro. Lo importante era el concepto, la idea genial. Lo de menos eran los personajes o la trama. Difícil mantener una actitud neutral ante su obra. Sus libros te maravillan o te parecen de una trivialidad insoportable. Yo me quedo con los numerosos y deliciosos momentos que me hicieron pasar obras como Cánticos de la Lejana Tierra, Las Fuentes del Paraíso, La Ciudad y las Estrellas o Tierra Imperial. Gracias, maestro.
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