Hace no muchos años decidí releerla, contraviniendo esa regla no escrita que dice que nunca se ha de volver a leer una obra que te gustó en la niñez. Aunque me entretuvo una vez más, es cierto que no estaba a la altura del recuerdo que tenía de ella.
Así era Clarke: ciencia ficción en estado puro. Lo importante era el concepto, la idea genial. Lo de menos eran los personajes o la trama. Difícil mantener una actitud neutral ante su obra. Sus libros te maravillan o te parecen de una trivialidad insoportable. Yo me quedo con los numerosos y deliciosos momentos que me hicieron pasar obras como Cánticos de la Lejana Tierra, Las Fuentes del Paraíso, La Ciudad y las Estrellas o Tierra Imperial. Gracias, maestro.
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