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Wednesday, December 8, 2010

La Prehistoria en Europa

Los acontecimientos prehistóricos son los sucedidos anteriormente al surgimiento de la escritura y, por lo tanto, pertenecen a sociedades de las que la única información disponible es de tipo material. Comúnmente se trata de utensilios de trabajo, aunque también contamos con realizaciones artísticas, las más destacadas de ellas, las pinturas rupestres.

La amplitud cronológica de la prehistoria, que abarca desde el surgimiento de las primeras especies homínidas hace más de un millón de años hasta la aparición de las primeras formas de escritura del próximo oriente en Egipto y Mesopotamia, no antes del año 4.000 a.C., ha obligado a la subdivisión de la misma. El criterio para fragmentar este largo periodo de la existencia humana ha sido la fijación de diferentes etapas según el tipo de progreso material o tecnológico de las diversas sociedades.

La primera división de la prehistoria establece una etapa lítica, en la que buen número de objetos se realizaban en piedra (aunque también se utilizaban otros materiales como el hueso, la madera, etc.), ésta va seguida de otra más desarrollada en la que se hacía ya uso de los metales.


La etapa lítica se subdivide a su vez en la más antigua, paleolítica; la intermedia, mesolítica, que presenta indicios de sedentarización, y la nueva edad de piedra o neolítico, en la que se practicaba la agricultura y la ganadería. A su vez, la gran extensión temporal del paleolítico obliga a subdividirlo en inferior, medio y superior, según la progresiva depuración de las técnicas de tallado y pulido de los materiales.

La edad de los metales incluye tres subetapas: la edad del cobre (también conocida como calcolítico o eneolítico), la del bronce (que es la aleación del cobre y el estaño) y la del hierro. Cada uno de estos metales o aleaciones es más resistente que su precedente e implica, por lo tanto, un grado de desarrollo material más avanzado en términos arqueológicos.

El paleolítico se inaugura con el comienzo de la presencia homínida, que en Europa se remonta a un millón de años, según atestiguan los restos del Homo antecesor hallados en el yacimiento de Gran Dolina en la Sierra de Atapuerca (Burgos, España). La sucesión de diversas especies (Homo Heidelbergensis, Homo neanderthalensis y Homo sapiens sapiens) atestigua una fuerte implantación humana desde hace más de cien mil años aproximadamente. Las evidencias culturales consisten mayoritariamente en industrias líticas, y las más destacadas son las del paleolítico inferior, la achelense (Saint-Acheul, Francia). En el paleolítico medio, la musteriense está ya ligada al hombre de Neandertal. La última fase paleolítica europea alumbra las culturas gravetiense, solutrense y magdaleniense, esta última trabaja diversos materiales novedosos como el hueso, el sílex o el marfil y está ligada al famoso hombre de Cromañón.


En el mesolítico (aproximadamente 12.000-5.000 a.C.), previo al neolítico, aparece la cultura tardenoisiense que, desarrollada en Centroeuropa, muestra instrumentos evolucionados y posiblemente convivió con formas de domesticación primaria.

El neolítico, caracterizado por la práctica de la agricultura y la ganadería, llega a Europa por dos vías: la balcánica y la mediterránea. El proceso de neolitización comenzó el VII milenio a.C. y sobre el año 5.000 a.C. ya se había extendido por grandes zonas del continente quedando excluidas las más interiores de la Península Ibérica, zonas transalpinas o estepas rusas. La variedad cultural fue amplia, así en la zona escandinava se desarrolló la cultura de vasos de embudo; en el área danubiana, la de cerámica de bandas; en el arco mediterráneo, la cerámica impresa cardial; en los Balcanes, la cultura Starcevo y en la desembocadura del Volga, la de Cucuteni Tripoljé.

Con la neolitización total (aproximadamente 4.000 a.C.) surgió la cultura megalítica de grandes construcciones (menhires, dólmenes, alineaciones, navetas, taulas, etc.) que se extiende hasta mediados del III milenio. Geográficamente, podemos distinguir dos áreas: la atlántica, que abarca desde Portugal a Jutlandia incluyendo Bretaña, Normandía y las islas Británicas, y cuyo máximo exponente es Stonehenge (2.500-2.200 a.C.), construcción integrada por cuatro círculos concéntricos de piedras a la que se le suponen finalidades astronómicas y religiosas; la segunda zona es la mediterránea, más tardía y relacionada con prácticas metalíferas. También conocida como cultura Ciclópea, abarca las islas del Mediterráneo occidental, Baleares y Cerdeña, entre otras.

La era de los metales trajo la cultura del Vaso Campaniforme (vasos cerámicos de dicha forma) que proviene de los Cárpatos y se distribuye de forma dispersa por gran parte de Europa. Asimismo, la explotación minera y los intercambios con otros puntos del continente y la cuenca mediterránea dieron lugar a una auténtica eclosión cultural: la de los Túmulos (1.500-1.200 a.C.), en la que se practicaban enterramientos rituales, y en la cultura de El Argar (Almería) aparecen ya los primeros enterramientos en urnas.

La actividad comercial mediterránea tenía sus principales centros promotores en oriente (Creta, Egipto, Fenicia, etc.) y desencadenó el florecimiento de significadas realidades culturales como Tartessos (sur de la Península Ibérica).


La época final del bronce alumbra la famosa Cultura de los Campos de Urnas (1.300-700 a.C.) de la que se acostumbra a ubicar su origen en la Panonia (antigua provincia romana, limitada por Dalmacia e Iliria). En ella, los enterramientos son de cremación y van acompañados de ajuares del difunto que incluyen armas y joyas. Es muy probable que esta cultura estuviera relacionada con las invasiones de los llamados, según los cronistas egipcios, “pueblos del mar”, que fulminaron la cultura micénica griega o el imperio hitita.

La edad del hierro generó la Cultura de Hallstatt (800-400 a.C.) en la Europa central y estableció vínculos comerciales con los pueblos ribereños del Mediterráneo. En ella se realizaban enterramientos en túmulos, y evidencia una estructuración social de oligarquía guerrera. Su sucesora es la Cultura de la Tène, de clara identidad celta y que se extenderá por toda la vertiente atlántica hasta la irrupción romana.

En el oriente europeo surgieron la civilización minoica (3.000-1.200 a.C.) y la micénica (1.600-1.100 a.C.), de las cuales se conoce la utilización de la escritura y por tanto pertenecen ya a la protohistoria europea. La civilización minoica, situada en la isla de Creta, fundamentó su prosperidad en el comercio marítimo (talasocracia, ‘dominio del mar’) y nos ha legado su cultura palaciega, con realizaciones como la de Cnosos. Las erupciones que se dieron en Creta debilitaron considerablemente la cultura minoica (la de la isla) y facilitaron el asalto micénico (aqueo) a la misma. Los aqueos ya eran considerados griegos, y su dominio se extendió por todo el Peloponeso hasta la llegada de los dorios (1.200 a.C.). Sobre el legado dorio, minoico y micénico se levantaría la cultura griega.

Fuente: Wikipedia, Rediris
Jose

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