Pero esto no fue un hecho aislado de este año sino que constituyó la tónica habitual en la viviría la Segunda República desde su establecimiento en abril de 1931 hasta el comienzo de la Guerra Civil en julio de 1936.
La herencia que los republicanos tuvieron que gestionar no fue nada fácil, pues España era un país pobre, atrasado, escasamente industrializado y situado en el furgón de cola de los países europeos. Además poseía unas elevadas tasas de analfabetismo, una agricultura anclada en el pasado y unas profundas diferencias sociales e ideológicas.
Con este panorama no es de extrañar que la conflictividad social, traducida en huelgas e insurrecciones fuera la forma de expresión más natural del pueblo y que los enfrentamientos políticos no hicieran sino radicalizarse.
Y aunque España poseía importantes núcleos industriales como el País Vasco, Cataluña y Madrid, la gran parte del resto de la población formaba una basta red de agricultores empobrecidos sin tierras de cultivo que se encontraban controladas por los grandes latifundistas.
Y por si todo esto fuera poco, encima tenían que controlar los intentos golpistas de los militares. Así las cosas, resulta fácil explicar su trágico final.
JF
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