En tiempos de los sucesores de Alejandro Magno, los nabateos ocupaban los territorios de los antiguos idumeos, monopolizando desde su inexpugnable capital, Petra, las rutas de las caravanas de mirra y especias arábigas, así como el betún del mar Muerto. Controlaron también la navegación en el Mar Rojo y llegaron incluso a comerciar en el Mediterráneo.
Los nabateos eran, en origen, un pueblo nómada dedicado al pastoreo, pero a medida que fueron asentándose el comercio fue adquiriendo mayor importancia, desplazando a las actividades pastoriles. A medida que decaía el poder de los Tolomeos y los seléucidas, los nabateos fueron ampliando las fronteras de su reino hasta incluir en el siglo I a.C. un gran territorio al este de Palestina, desde Damasco al mar Rojo.
El primer rey nabateo del que se tiene noticia es Aretas I (169 a.C.), que llegó a invadir Judea, ocupando la Transjordania y el desierto de Siria, pero será con Aretas IV cuando el reino llegó a la máxima extensión territorial, así como al punto culminante de poder y riqueza. Pero este reinado marcó también el inicio de los problemas con Roma y por tanto el principio de la decadencia del reino nabateo.
El emperador Trajano anexionó el reino nabateo al Imperio Romano, creando la provincia de Arabia Petraea en el año 105 de nuestra era.
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