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Sunday, August 30, 2009

Adiós a la Luna y...¿al futuro?

El verano de 2009 pasará a la Historia como un punto de inflexión en la exploración tripulada del espacio, como el momento en el que la Humanidad renunció oficialmente a viajar más allá de la órbita baja de nuestro planeta. La eterna polémica entre partidarios de las sondas espaciales y las misiones tripuladas ha llegado finalmente a su fin. Debemos aceptar la realidad: el futuro es de las naves no tripuladas. El hombre no irá más allá de la Tierra en los próximos cincuenta años.

Al menos, esto es lo que se desprende de los resultados de la Comisión Augustine, que ofrecerá a la administración Obama en su informe final las recomendaciones sobre el futuro de la exploración tripulada del espacio. Según la Comisión, con el presupuesto actual de la NASA no es posible viajar a la Luna, ni a Marte, ni a ningún lugar del Sistema Solar, ni siquiera a los asteroides más cercanos. Esto es lo que hay, ni más, ni menos. Adiós al Programa Constellation, adiós al Ares V, adiós al módulo lunar Altair, adiós a las bases lunares, adiós a Marte. Lo único que la NASA puede hacer ahora es lo mismo que ha hecho desde 1972: continuar con misiones en órbita baja y rezar para que todo siga igual. Porque el programa tripulado estadounidense está más cerca de la desaparición que nunca y sólo la existencia de programas similares en otras naciones permitirán que la NASA siga mandando a sus astronautas al espacio.

Creo que uno de los momentos más deprimentes de mi vida adulta ha sido ver la comparecencia de Sally Ride -miembro de la Comisión- dando las malas noticias a un público ilusionado ante la perspectiva de una nueva era de exploración. "Lo siento, amigos. Nos quedamos en casa", parecía decir con tristeza la mirada de la ex astronauta. Como muchos nos temíamos, al final el Programa Constellation ha terminado como la malograda Space Exploration Initiative (SEI) de finales de los 80. Otro proyecto más a olvidar, simples sueños fantásticos propios de una especie de simios inteligentes con aires de grandeza.

A pocos se les escapa la ironía de la situación: en el mismo año que se celebra el 40º aniversario de la llegada del hombre a la Luna, la NASA decide darle la espalda al Sistema Solar de forma definitiva. La decepción es aún mayor si tenemos en cuenta la expectación que se había creado en las últimas semanas a raíz de las presentaciones ante el comité. Aunque estaba claro que el Programa Constellation no podía seguir adelante tal y como fue propuesto originalmente, parecía que la Comisión podría decantarse por estrategias más modestas -pero no por ello menos interesantes- consistentes en sobrevuelos de Marte y Venus o en la visita a asteroides cercanos. Pero no. La Comisión ha sido realista y ha comprobado que cualquier misión fuera de la órbita baja está simplemente más allá de la capacidad presupuestaria de la NASA.

Muchos dirán que no, que la puerta no está cerrada, que en el futuro las cosas pueden cambiar. Al fin y al cabo, la Comisión Augustine sólo influye en el programa espacial de los Estados Unidos, no en el del resto de naciones con programas tripulados. Quizás China, -o la India, o Rusia- o una unión de varias naciones, acaben por darnos una sorpresa. Y sin duda, esto es posible. La exploración tripulada del espacio es, ante todo, un compromiso político. Si la situación internacional cambia lo suficiente, las misiones interplanetarias podrían hacerse realidad.

Pero lo que no se puede es luchar contra los fríos cálculos matemáticos. A menos que en los próximos años tenga lugar una revolución en la tecnología astronáutica, cualquier misión espacial debe atenerse a los estrictos requisitos de la ingeniería. Y estos requisitos nos dicen que para volver a la Luna o viajar a Marte hace falta un lanzador de gran potencia (como el Saturno V, el Energía o el Ares V) que permita vencer el pozo gravitatorio de la Tierra. Y lo cierto es que la Comisión ha enterrado casi definitivamente la posibilidad de desarrollar un cohete de estas características en un futuro cercano. Si algún día los EEUU deciden cambiar de opinión y viajar más allá de la órbita baja, deberán desarrollar primero un lanzador de este tipo. Y esto es algo que no se consigue en un par de años, como la reciente y problemática historia de los cohetes Ares ha dejado patente. Si la administración Obama acepta las recomendaciones de la Comisión -algo más que probable-, en la próxima década no veremos un Ares V ni un Ares IV. En todo caso, no sería hasta 2030-2040 cuando los Estados Unidos podrían plantearse nuevamente el desarrollo de un cohete potente, lo que supondría que la vuelta a la Luna o el viaje a Marte no tendría lugar antes de 2050, como muy pronto.

Podríamos buscarle el lado positivo a esta tragedia y pensar que el desarrollo de sondas espaciales no tripuladas sufrirá un empuje adicional con los fondos liberados por el programa tripulado, pero, desgraciadamente, esto no va a suceder. Las misiones realmente ambiciosas para explorar el Sistema Solar, como la Jupiter Europa Orbiter u otras similares, llegarán a su objetivo dentro de quince años, como poco. Nunca antes había sido tan evidente la tremenda dificultad que conlleva la exploración del espacio y lo lejos que quedan los sueños de los pioneros, ahora poco menos que fantasías infantiles que jamás se harán realidad. Al menos, no durante nuestra vida.

Es difícil calibrar con objetividad los resultados de la Comisión y la profunda decepción que suponen para la mayor parte de entusiastas de la exploración espacial. Somos muchos los que crecimos pensando que el viaje a Marte estaba a la vuelta de la esquina. Primero nos decían que se llevaría a cabo en 2010, luego en 2020, para finalmente dejarlo de forma ambigua en el periodo 2030-2040. Pero lamentablemente, no va a ser así. No veremos un hombre en Marte -ni en la Luna- en 2030 ni en 2040. Lo que implica que cada vez es más probable que ningún miembro de mi generación -y quizás de la siguiente- sea testigo de este acontecimiento. Es hora de despertar a la realidad: viajar al espacio es costoso y complejo, mucho más de lo que nos imaginábamos hace unas décadas. Y en todo caso, ya podemos dar gracias de tener una estación espacial permanentemente habitada y vuelos espaciales rutinarios.

Por supuesto, la esperanza es lo último que se pierde. Quizás una misión internacional a nuestro satélite o a Marte esté a la vuelta de la esquina, esperando que la coyuntura económica y política sea la adecuada. Quizás. Pero es muy difícil no ser pesimista en estos tiempos que corren. La NASA ha tenido en sus manos una oportunidad para ir más allá de nuestro planeta que probablemente no se presente en muchísimo tiempo. Y la ha dejado escapar. Bienvenidos al futuro.


R.I.P.

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