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Monday, February 1, 2010

El sueño ha muerto

El presupuesto de la NASA ha sido publicado oficialmente hoy y, junto a él, las nuevas directrices del programa tripulado de la agencia espacial. Aunque quizás es un poco pronto para analizar en detalle la nueva política de la NASA, las implicaciones de cara al futuro de la exploración humana del espacio son tan graves que no he podido resistir la tentación de escribir al respecto.

Como se esperaba -y tras gastar unos diez mil millones de dólares- el Programa Constellation y los planes de volver a la Luna han sido liquidados de forma oficial, junto con los cohetes Ares I y Ares V. Hasta aquí ninguna sorpresa, pese a que los titulares de prensa puedan hacer pensar lo contrario. Aunque se trata de una decisión trascendental para el futuro de la NASA, el Programa Constellation era un muerto viviente desde el verano pasado, cuando la Comisión Augustine recomendó a la Casa Blanca la cancelación de la aventura lunar y del Ares I. Por eso esta parte no ha sorprendido a nadie.

Pero la Comisión también recomendaba otras opciones para la NASA, como desarrollar un lanzador pesado más pequeño que el Ares V -quizás el Ares V Lite o un vehículo de carga derivado del transbordador- así como iniciar un programa de exploración tripulada a diversos objetivos del Sistema Solar, incluyendo misiones a los asteroides cercanos o los puntos de Lagrange.

Pero nada de esto aparece en el presupuesto. Las peores previsiones se han hecho realidad y resulta muy difícil maquillar la gravedad de la situación en la que se encuentra la NASA tras el día de hoy. No sólo el Programa Constellation ha sido cancelado, sino también la nave Orión, algo que absolutamente nadie esperaba. No habrá misiones a los asteroides, ni a la órbita lunar, ni a ningún lado fuera de la órbita baja. Tras la retirada del transbordador este año o el que viene -tampoco se contempla ninguna misión adicional del shuttle- ya nos podemos contentar con ver a los astronautas viajar hasta la ISS. La vida útil de la estación se prolonga, como era de esperar, hasta 2020. Después, ya veremos qué pasa.

Para mitigar esta debacle, la Casa Blanca anuncia que invertirá 600 millones de dólares el próximo año para que la industria privada pueda desarrollar un sistema de transporte espacial tripulado. Por primera vez desde su creación, los Estados Unidos no tendrán un vehículo espacial de su propiedad, sino que dependerán de empresas privadas para acceder al espacio. El cambio de paradigma es tan decisivo como chocante. ¿Qué será de las rampas de lanzamiento 39A y 39B, o del VAB, el edificio donde se integraron los cohetes Saturno y se montan en la actualidad las lanzaderas? Pues si nadie lo remedia, se convertirán en piezas de museo, al igual que los transbordadores. ¿Qué será de la NASA, ya que estamos, convertida ahora en una mera agencia federal reguladora de vuelos espaciales? Durante años, los partidarios de la exploración privada del espacio habían demandado unas medidas de este tipo. Esperemos que no se equivocasen con sus gloriosas predicciones, porque el futuro de la agencia norteamericana en el espacio depende ahora de la tan querida iniciativa privada.

Pero independientemente de las virtudes o defectos de esta iniciativa, para ir más allá de la órbita baja necesitamos un lanzador pesado. Todo lo demás son fantasías de ciencia ficción. El presupuesto sólo promete vagamente inversión en los próximos cinco años para investigación de nuevas formas de propulsión y de desarrollo de cohetes pesados, quizás con colaboración internacional. Pero a nadie se le escapa que esto sólo es una maniobra de distracción que no puede ocultar lo decepcionante de la situación ¿Nueva investigación sobre lanzadores pesados? Entonces, ¿qué es lo que la NASA ha estado haciendo durante los últimos cinco años? El desarrollo de nuevos sistemas de propulsión promete ser algo positivo, por supuesto, pero, ¿de qué servirán sin un lanzador de gran tamaño y sin una nave con capacidad interplanetaria tipo Orión?

El único aspecto positivo, por decir algo, de la nueva política de la NASA serán unas cuantas misiones no tripuladas. Al fin y al cabo, tras el dinero liberado al dejar sin objetivo y trabajo a más de la mitad de la agencia se pueden hacer muchas cosas, como, por ejemplo, volver a producir plutonio para sondas automáticas. A la espera de propuestas concretas, las menciones a una sonda solar o nuevos telescopios espaciales parecen ser prometedoras, aunque no olvidemos que el problema está en el programa tripulado, no en las sondas espaciales, que siempre han sido el punto fuerte de la NASA.

Así que se acabó. Game Over. Fin. Sayonara, baby. No veremos en nuestra vida una misión tripulada de la NASA a Marte o a la superficie lunar, así de simple. Así de duro. Ya decíamos exactamente lo mismo hace unos meses -y en aquella ocasión pensé que había sido demasiado pesimista-, pero sinceramente no me esperaba que la realidad terminase siendo tan drástica y contundente. Pero así suele ser la realidad. Desde el lanzamiento del Sputnik, nunca habíamos asistido al insólito espectáculo de una potencia espacial que decide dejar de serlo por voluntad propia. Hasta hoy. El fin de los vuelos espaciales tripulados estadounidenses más allá de 2020 ya no es una alternativa alarmista y descabellada, sino una opción plenamente creíble.

Una vez más, apelaremos a Rusia, China, Japón, India o la ESA para que el programa espacial tripulado experimente un empuje más allá de la órbita baja. Por supuesto, ya sabemos que la astronáutica tripulada se basa en compromisos políticos y que es posible un vuelco de la situación si la política así lo demanda. Pero no nos engañemos: la NASA era hasta hoy la agencia espacial más importante del mundo y provocaba un efecto tirón en todo el globo. Y ese efecto ha dejado de existir. Aún así, si los chinos o indios quieren ir a la Luna, ya pueden estar tranquilos, porque van a tener un contendiente menos.

En mi niñez pude contemplar una preciosa producción de la NASA llamada The Dream is Alive, en la que se nos mostraban las maravillas de la exploración espacial tripulada de la mano del gran Walter Cronkite. Resultaba difícil no sentirse impresionado ante la aventura de la conquista del espacio. Eran tiempos de euforia para la NASA: el transbordador funcionaba a pleno rendimiento y en poco tiempo tendrían una estación espacial operativa. Un año más tarde, el accidente del Challenger puso fin a la euforia, pero la NASA nunca perdió ese espíritu que aparecía en el documental. Por encima de accidentes, fracasos, cancelaciones y retrasos, el sueño seguía vivo dentro de la agencia. El futuro siempre sería más espectacular y más brillante que el presente. El futuro era de los soñadores. Pero eso era hasta ayer. Hoy, el sueño ha muerto.



R.I.P.




Distintas partidas presupuestarias para los próximos cinco años en distintas áreas:




















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