El intereses de Roma por la Península Ibérica debe remontarse al hecho de ver como su principal enemigo, Cartago iba haciéndose dueño de todo el sur y el levante peninsular y como en su conquista iba reclutando un gran ejercito compuesto por iberos, el cual podría, llegado el momento, enfrentarse al ejercito romano con importante superioridad numérica.
Ante tal avance dirigido por el cartaginés Asdrúbal, Roma tuvo que pactar en el 226 a.c para que éste no llegase a traspasar el Ebro. Aun así, la toma de la ciudad de Sagunto, aliada de Roma, provocó la Segunda Guerra Púnica y Roma por primera vez comienza a adentrarse militarmente en la península.
Roma, a comienzos del siglo II a.c., ya controlaba el sur peninsular y la costa del Levante con una penetración de entre cincuenta y cien kilómetros. La creciente rapacidad de los administradores que Roma enviaba para gobernar los nuevos territorios tuvo como consecuencia un levantamiento masivo de celtiberos en el 153 a.c que ante la respuesta romana se refugiaron en Numancia.
Durante casi 20 años, diferentes pretores, cónsules y generales pasaron por Numancia con el único objetivo de someter a sus pobladores. Nombres como Fulvio Nobilior, Claudio Marcel, Metelo el Macedónico, Pompeyo, Popilio Lenate, Mancino, Emilio Lépido, Furio Filón y Calpurnio Pisón lo intentaron con mayor o menor empeño y alternando periodos de intensa actividad bélica con otros de calma tensa. Pero todos con el mismo resultado.
Todo cambio con la llegada de Publio Escipión Emiliano, el Africano, conquistador y destructor de Cartago. Tras realizar un rodeo previo por tierras burgalesas en las que arrasó tierras y cultivos con el fin de que no llegaran suministros a Numancia, llegaría a la misma en septiembre del 134 a.c con un ejército de 60.000 hombres.
Como profundo conocedor de las técnicas de asedio, lo primero que hizo fue forzar la disciplina de las tropas allí acantonadas que al cabo de tantos años no había hecho sino relajarse sobremanera. A continuación, Escipión ordenó la creación de una gruesa empalizada que rodearía la ciudad completamente, y a la que añadió un foso y siete campamentos fortificados. Además, cada 100 metros dispuso de una torre que servía tanto de vigilancia como para el lanzamiento con catapultas. Los ríos también fueron protegidos con una malla con púas que impedía el paso de embarcaciones y de nadadores. Toda esta infraestructura estaría acabada para noviembre del 134 a.c. Tan solo dos meses.
Ante tamaño despliegue, los numantinos se vieron incapaces de sortear el cerco. En tan solo una ocasión, diez hombres fueron capaces de salir de la ciudad. Su objetivo era alcanzar las aldeas cercanas para convencerlas de que realizaran un ataque por la retaguardia. Únicamente en Cantalucia encontraron apoyo, pero fueron rápidamente descubiertos y Escipión ordenó cortar las manos a cuatrocientos hombres de la ciudad.
Numancia estaba totalmente aislada. Era cuestión de tiempo y en el verano del 133 a.c. los numantinos, tras nueve meses de asedio, ya sin medios para subsistir, los que no se suicidaron, tuvieron que rendirse. Escipión vendió a sus habitantes como esclavos, a excepción de cincuenta de ellos, que llevó consigo a Roma como símbolo de la victoria. A la ciudad le reservó el mismo destino que a Cartago, reduciéndola a escombros, sembrando de sal los campos para hacerlos estériles y prohibiendo su reconstrucción.
La victoria sobre Numancia fue decisiva en la conquista de la Península, pues tras ella, las puertas de la Meseta quedaron abiertas.
Todo un ejemplo de valor ante un enemigo muy superior en número y con una técnica militar mucho más depurada.
JF
Ante tal avance dirigido por el cartaginés Asdrúbal, Roma tuvo que pactar en el 226 a.c para que éste no llegase a traspasar el Ebro. Aun así, la toma de la ciudad de Sagunto, aliada de Roma, provocó la Segunda Guerra Púnica y Roma por primera vez comienza a adentrarse militarmente en la península.
Roma, a comienzos del siglo II a.c., ya controlaba el sur peninsular y la costa del Levante con una penetración de entre cincuenta y cien kilómetros. La creciente rapacidad de los administradores que Roma enviaba para gobernar los nuevos territorios tuvo como consecuencia un levantamiento masivo de celtiberos en el 153 a.c que ante la respuesta romana se refugiaron en Numancia.
Durante casi 20 años, diferentes pretores, cónsules y generales pasaron por Numancia con el único objetivo de someter a sus pobladores. Nombres como Fulvio Nobilior, Claudio Marcel, Metelo el Macedónico, Pompeyo, Popilio Lenate, Mancino, Emilio Lépido, Furio Filón y Calpurnio Pisón lo intentaron con mayor o menor empeño y alternando periodos de intensa actividad bélica con otros de calma tensa. Pero todos con el mismo resultado.
Todo cambio con la llegada de Publio Escipión Emiliano, el Africano, conquistador y destructor de Cartago. Tras realizar un rodeo previo por tierras burgalesas en las que arrasó tierras y cultivos con el fin de que no llegaran suministros a Numancia, llegaría a la misma en septiembre del 134 a.c con un ejército de 60.000 hombres.
Como profundo conocedor de las técnicas de asedio, lo primero que hizo fue forzar la disciplina de las tropas allí acantonadas que al cabo de tantos años no había hecho sino relajarse sobremanera. A continuación, Escipión ordenó la creación de una gruesa empalizada que rodearía la ciudad completamente, y a la que añadió un foso y siete campamentos fortificados. Además, cada 100 metros dispuso de una torre que servía tanto de vigilancia como para el lanzamiento con catapultas. Los ríos también fueron protegidos con una malla con púas que impedía el paso de embarcaciones y de nadadores. Toda esta infraestructura estaría acabada para noviembre del 134 a.c. Tan solo dos meses.
Ante tamaño despliegue, los numantinos se vieron incapaces de sortear el cerco. En tan solo una ocasión, diez hombres fueron capaces de salir de la ciudad. Su objetivo era alcanzar las aldeas cercanas para convencerlas de que realizaran un ataque por la retaguardia. Únicamente en Cantalucia encontraron apoyo, pero fueron rápidamente descubiertos y Escipión ordenó cortar las manos a cuatrocientos hombres de la ciudad.
Numancia estaba totalmente aislada. Era cuestión de tiempo y en el verano del 133 a.c. los numantinos, tras nueve meses de asedio, ya sin medios para subsistir, los que no se suicidaron, tuvieron que rendirse. Escipión vendió a sus habitantes como esclavos, a excepción de cincuenta de ellos, que llevó consigo a Roma como símbolo de la victoria. A la ciudad le reservó el mismo destino que a Cartago, reduciéndola a escombros, sembrando de sal los campos para hacerlos estériles y prohibiendo su reconstrucción.
La victoria sobre Numancia fue decisiva en la conquista de la Península, pues tras ella, las puertas de la Meseta quedaron abiertas.
Todo un ejemplo de valor ante un enemigo muy superior en número y con una técnica militar mucho más depurada.
JF
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