La SEI era una respuesta política al desánimo causado en la NASA por el reciente accidente del Challenger, los retrasos de la estación espacial Freedom y los avances soviéticos en materia aeroespacial. EEUU parecía estar perdiendo la carrera espacial y había que hacer algo. Y rápido. Para conseguir sus objetivos, la SEI debía articular un ambicioso programa basado en nuevas naves y lanzadores, además del transbordador y la Freedom. Por supuesto, todo esto implicaba mucho dinero, un dinero que obviamente la NASA jamás recibió. A los pocos años, la caída de la URSS y la renovada confianza en el programa del shuttle eliminaron las principales razones que justificaban la SEI. Poco a poco el programa cayó en el olvido y la NASA siguió con sus rutinarias misiones tripuladas en órbita baja.
Tras el accidente del Columbia en 2003 se decidió retirar para siempre la flota de transbordadores, algo normal teniendo en cuenta que esta nave no había logrado cumplir ni uno sólo de los objetivos para los que fue diseñada. Aproximadamente un año después, el presidente George W. Bush propuso su Visión para la Exploración del Espacio (VSE), en la que se esbozaban las líneas maestras de la nueva era post-shuttle. Nacía así el Programa Constellation, consistente en los cohetes Ares I y Ares V, la nueva nave tripulada Orión y el módulo lunar Altair. Con estos vehículos la NASA quería regresar a la Luna y, quizás en el futuro, viajar a Marte. Parecía que por fin la agencia tenía un objetivo claro después de un cuarto de siglo dando vueltas a la Tierra en la órbita baja. Al emplear tecnologías del programa Apolo y el shuttle, los cohetes Ares podrían ser construidos en poco tiempo y con una inversión reducida. La nave Orión sería una cápsula para simplificar su diseño, aumentar su seguridad y acelerar su desarrollo. La NASA esperaba poner un hombre en la Luna antes de 2020.
Cinco años después, el Programa Constellation se ha convertido en un ejemplo arquetípico de la Ley de Murphy: todo lo que podía haber ido mal, ha salido mal. Por supuesto, al menos no ha sido cancelado, pues una vez retirado el transbordador la NASA necesita una nave espacial tripulada para mantener su presencia en el espacio. No obstante, si lo que Mike Griffin (el anterior administrador de la NASA) quería era acelerar la transición del shuttle a la Orión, podemos decir que el programa ha sido en este sentido un rotundo fracaso. Es cierto que la NASA no ha contado con fondos adicionales en este periodo, pero no es menos cierto que es inadmisible que el diseño -que no construcción- de un cohete relativamente sencillo como es el Ares I se haya prolongado tanto en el tiempo y con tantos problemas técnicos.
La cápsula Orion se presentó en su día como "un Apolo con esteroides", pero su desarrollo ha estado plagado de dificultades. Las limitaciones en la capacidad de carga del Ares I, y la absurda decisión de la NASA de no introducir márgenes de seguridad en la masa de la cápsula, han provocado que la futura nave de la NASA no pueda ser lanzada por el Ares I tal y como fue concebida en 2004. Primero se redujo su diámetro y ahora todo indica que su tripulación será de sólo cuatro personas, tanto en las misiones a la órbita baja como en las lunares. En un principio se planeó que Orión debería tener capacidad para seis personas en misiones a la ISS, y de este modo poder rotar las tripulaciones permanentes de seis miembros con una sola nave. En realidad, tanto el enorme tamaño de la cápsula como la tripulación de seis personas fueron decisiones políticas arbitrarias que se tomaron en su momento para minimizar las similitudes con el Apolo.
Los retrasos en el desarrollo de la Orión van a poner a los EEUU en la incómoda coyuntura de depender Rusia para acceder al espacio, pero más grave es el futuro del programa lunar. Una Orión lunar deberá forzosamente pesar más que la versión de órbita baja, por lo que si la primera versión de esta nave tiene la masa justa para su misión, va a ser muy difícil lanzar a cuatro personas en misiones lunares sin reformar el Ares I. Por otro lado, el Ares V ha visto aumentar su masa de forma continuada para hacer frente a las limitaciones de masa del Orión y el Altair, aumentando su coste y complicando su futura aprobación. Y si las dificultades del programa nos parecían pocas, recientemente se han filtrado documentos internos de la NASA poniendo en duda que sea posible llegar a la Luna antes de 2020. Además, hace muy poquito que la NASA ha anunciado la posibilidad de renunciar a la construcción de una base lunar permanente. En realidad, la base lunar es perfectamente prescindible, pues está vinculada a la existencia de hielo en el cráter Shackleton, algo lejos de estar confirmado. La base es una propuesta política para justificar un programa lunar permanente y evitar que las misiones lunares sean canceladas por cualquier administración futura a las primeras de cambio.
En definitiva, hoy, más que nunca, el Programa Constellation tiene todas las papeletas para convertirse en la nueva SEI del siglo XXI y desaparecer en el olvido. Esperemos que el gobierno de Obama y el próximo administrador de la NASA pongan algún orden en todo este caos, porque de no ser así, nos podemos despedir de la Luna.
El Programa Constellation hace aguas (NASA).
Más info:
- Weight forcing NASA to shrink Orion crew, Aviation Week.
- Orión: ¿Apollo con esteroides… o con hamburguesas?, Javier Casado.