La Reconquista o mejor sería decir la Conquista de los reinos cristianos de la Península Ibérica, es un proceso largo y complejo que se extiende desde el siglo X hasta el XV.
En el 750, la dinastía oriental de los Omeya fue derrocada por los abasíes en un sangriento golpe de estado al cual consiguió sobrevivir un nieto del califa, Abd Al-Rahman I, el cual tras diversos avatares alcanzó la Península en el 755 siendo capaz de obtener el suficiente apoyo político para establecer un emirato Omeya independiente en Al Andalus, que rivalizaría con el Abbasí en Oriente Medio.
El siglo XI vio como el poder del califato de Córdoba comenzaba a declinar. La falta de gobernantes enérgicos y las luchas intestinas provocaron la desintegración en una serie de reinos independientes conocidos como Taifas (ver artículo Los Reinos de Taifas). Este suceso vino acompañado de nuevos poderes emergentes en el norte peninsular que aprovecharon la debilidad y división musulmana para agrandar sus dominios.
Ante el avance de las tropas cristianas y en concreto la toma Toledo el 25 de mayo de 1085 por Alfonso VI, los gobernantes de las Taifas se vieron abocados a solicitar ayuda externa. De esta forma entraban en la península los almorávides (un conjunto de tribus que controlaban parte del norte de África) derrotando a Alfonso VI en la batalla de Zalaca de 1086 y tomando el control de los reinos musulmanes.
Sin embargo su poder fue efímero, pues un nuevo movimiento islámico comenzó a tomar el control del norte de África: los almohades, los cuales absorbieron el anterior reino almorávide de ambos lados del Estrecho.
Ante estos nuevos poderes, la conquista cristiana no cobró un impulso efectivo hasta el siglo XIII debido adicionalmente a las luchas intestinas que mantuvieron entre si los reinos cristianos.
Para estas fechas, los reinos cristianos habían logrado entre si un acuerdo de cooperación para la expulsión definitiva de los musulmanes. El punto de no retorno lo marcó la batalla de las Navas de Tolosa en el 1212, donde un ejercito combinado de Castilla, Aragón, Navarra y voluntarios del reino de León y de Francia lograron derrotar a las fuerzas almohades. Poco después caían Valencia, Córdoba, Sevilla y las Baleares, quedando tan solo el pequeño reino de Granada gobernado por la nueva dinastía Nazarí.
Mientras tanto, los diversos reinos cristianos fueron uniéndose formando entidades políticas cada vez más poderosas: Castilla y León lo hacían en el 1230 y posteriormente Castilla y Aragón en 1474. El reino de Granada poco podía hacer ante un enemigo tan grande y poderoso y en 1492 caía el último reducto del Islam, poniendo fin a más de 700 años de presencia musulmán en la península.
Jose
Tras una campaña que apenas duro cinco años del 711 al 716, los únicos focos del antiguo reino visigodo se concentran en estrechas franjas costeras del norte peninsular, siendo su único objetivo durante todo el siglo VIII y el IX el consolidar su posición política y militar ante las continúas razias musulmanas.
En el 750, la dinastía oriental de los Omeya fue derrocada por los abasíes en un sangriento golpe de estado al cual consiguió sobrevivir un nieto del califa, Abd Al-Rahman I, el cual tras diversos avatares alcanzó la Península en el 755 siendo capaz de obtener el suficiente apoyo político para establecer un emirato Omeya independiente en Al Andalus, que rivalizaría con el Abbasí en Oriente Medio.
Ya desde finales del siglo VIII comienzan los reinos cristianos su expansión. Sobre todo en aquellas zonas más alejadas de la capital de Al Andalus, las cuales se encontraban bajo el gobierno de familias árabes o pertenecientes a la antigua elite visigoda que no dudaban en aliarse con sus vecinos cristianos si a cambio conseguían la independencia y el dominio sobre su región.
El siglo XI vio como el poder del califato de Córdoba comenzaba a declinar. La falta de gobernantes enérgicos y las luchas intestinas provocaron la desintegración en una serie de reinos independientes conocidos como Taifas (ver artículo Los Reinos de Taifas). Este suceso vino acompañado de nuevos poderes emergentes en el norte peninsular que aprovecharon la debilidad y división musulmana para agrandar sus dominios.
Ante el avance de las tropas cristianas y en concreto la toma Toledo el 25 de mayo de 1085 por Alfonso VI, los gobernantes de las Taifas se vieron abocados a solicitar ayuda externa. De esta forma entraban en la península los almorávides (un conjunto de tribus que controlaban parte del norte de África) derrotando a Alfonso VI en la batalla de Zalaca de 1086 y tomando el control de los reinos musulmanes.
Sin embargo su poder fue efímero, pues un nuevo movimiento islámico comenzó a tomar el control del norte de África: los almohades, los cuales absorbieron el anterior reino almorávide de ambos lados del Estrecho.
Ante estos nuevos poderes, la conquista cristiana no cobró un impulso efectivo hasta el siglo XIII debido adicionalmente a las luchas intestinas que mantuvieron entre si los reinos cristianos.
Para estas fechas, los reinos cristianos habían logrado entre si un acuerdo de cooperación para la expulsión definitiva de los musulmanes. El punto de no retorno lo marcó la batalla de las Navas de Tolosa en el 1212, donde un ejercito combinado de Castilla, Aragón, Navarra y voluntarios del reino de León y de Francia lograron derrotar a las fuerzas almohades. Poco después caían Valencia, Córdoba, Sevilla y las Baleares, quedando tan solo el pequeño reino de Granada gobernado por la nueva dinastía Nazarí.
Mientras tanto, los diversos reinos cristianos fueron uniéndose formando entidades políticas cada vez más poderosas: Castilla y León lo hacían en el 1230 y posteriormente Castilla y Aragón en 1474. El reino de Granada poco podía hacer ante un enemigo tan grande y poderoso y en 1492 caía el último reducto del Islam, poniendo fin a más de 700 años de presencia musulmán en la península.
Jose
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