Todavía recuerdo con cariño la primera obra de Javier, "La Luna Quieta", una novela corta que sigue siendo hoy en día de lo mejorcito que ha creado el género fantástico español. En este caso, lo que más me ha gustado de "Alejandro Magno y las águilas de Roma" es su rigurosidad histórica (obviando el aspecto ucrónico, claro está), pues se nota que el autor no ha descuidado ni un ápice la parte técnica. De hecho, las descripciones del equipo militar y la vestimenta son de una exactitud asombrosa que ya quisieran para sí otras novelas pretendidamente históricas, como es el caso de ese folletín intragable llamado "Aléxandros". Además, las numerosas expresiones en latín y griego ayudan a crear una atmósfera de verosimilitud que envuelve al lector desde la primera página.
Naturalmente, hay aspectos controvertidos: para muchos, la Roma que aparece en la novela se parece más a la poderosa potencia de la Segunda Guerra Púnica que a la Roma fuerte pero titubeante de la Segunda Guerra Samnita (¿usaban ya las legiones el pilum?). De hecho, la batalla final es casi un calco de la de Cannas, que tuvo lugar en nuestra línea temporal casi un siglo después del conflicto que aparece en la novela.
Los personajes están también muy logrados, aunque todo gira alrededor del misterioso médico que evita el envenenamiento de Alejandro y provoca la divergencia con nuestra historia. En esta obra no se desvela el origen de este personaje, así que habrá que esperar a la segunda parte del libro (sí, HAY una segunda parte aún no publicada) para saber hasta qué punto es importante el contenido fantástico de la obra. También es posible que a algunos puristas les disguste la inclusión en la trama de un antepasado de Julio César que es prácticamente un clon del personaje histórico real, o ese intento de crear un Alejandro con rasgos de Aníbal.
De todas formas, éstas son licencias artísticas que animan y dan gracia al resultado final: una de las novelas más entretenidas de los últimos años.
Y para ambientarnos, nada mejor que ver la recreación de la Batalla de Gaugamela tal y como aparece en la película Alejandro de Oliver Stone, sin duda la representación más fiel de una batalla clásica que se haya visto jamás en la gran pantalla:
